A pesar de los tantísimos años que pasaron desde la última vez que la vi, la reconocí al instante.
Aquella viejita de pelo blanco y bastón, seguía conservando los mismos gestos. Seria, firme,
distante… igualita que cuando era mi profesora de geografía.
Inspiraba
terror entre sus alumnos y lo sabía, creo que ése era justamente su principal
objetivo. Parecía más interesada en hacernos sufrir, que en que en realidad aprendiéramos.
Le gustaba
pasar entre los bancos a mirarnos las manos. Teníamos que tenerlas con las uñas
absolutamente prolijas y limpias si no queríamos pasar vergüenza delante del
resto.
Ocupaba gran
parte de sus clases en darnos “consejos” sobre los temas más diversos… Respeto,
modales, aseo personal, pulcritud y orden. Esas parecían ser sus verdaderas
obsesiones.
Disfrutaba
enormemente de esos momentos en que alguien debía reconocer que no había
estudiado. Entonces venía un interrogatorio interminable sobre cuáles eran las
razones que justificaban el no haberlo hecho.
Su sola
presencia intimidaba, producía dolor de estómago. Era el modelo perfecto de lo
que yo llamo un pésimo maestro.
Alguien que
usa su condición para ejercer abuso de
poder. Que no demuestra cariño ni interés por sus alumnos. Que está absolutamente
convencido de que “la letra con sangre entra”.
Por suerte tuve
la posibilidad de conocer a varios de los otros, a los de verdad, a los que transmiten todo lo que saben y
contagian entusiasmo por aprender. A los que con sólo mirarte a los ojos se dan
cuenta si te está pasando algo. A los que tienen la vocación a flor de piel y
se les nota. A los que uno recuerda con una enorme sonrisa.
A todos ellos,
que son muchos, ¡Feliz día!
Y a los otros…
a los otros mejor olvidarlos. Traerlos al presente sólo cuando no queda otra,
como cuando la vida te los vuelve a poner frente a frente, una mañana
cualquiera, tantísimos años después.
Y ustedes... ¿Qué maestros o profesores recuerdan con mucho cariño?
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