17 de enero de 2012

"¡MAMIIIIIIIIII!"...

                                                                                                                            Imapla

Esperamos durante meses, casi al borde de la desesperación, que por fin aprendan a decir esas dos sílabas fundamentales.

Lloramos, aplaudimos, los besamos, los felicitamos, y le contamos al mundo entero que nuestro bebé ya dice: “MAMÁ”.

Es de las cosas más importantes que nos suceden, después de tenerlos.

Escuchar de boca de ellos que nos reconocen, nos buscan, nos necesitan.

Pero con los años ese primer “MAMÁ” comienza a ser reemplazado por un “MAMIIII”, o “MAAAAÁ”. Y no es sólo que se acorta, sino que además cambia de entonación y se hace escuchar cien veces por día.

Ya no son dos dulces sílabas pronunciadas por un bebé. Ahora es una palabra  dicha por un niño, con connotación de orden, de pedido, de reto, de lamento, de… de lo que sea según la ocasión.

“Mamiiiiiiii… mirá”, “Mamiiiiiii… vení”, “Mamiiiii…  ¿me traés?”, “Mamiiii… me caí”, “Mamiiii… ¿puedo?”, “Mamiiiii”…

A veces son tantas las veces que nos llaman, que descubrimos que ya lo hacen por pura costumbre. “Mamiiiii”.  “¿Qué pasa?, ¿Qué necesitás?”. “Ehhhh… no me acuerdo”.

Tanto que esperamos para oírlos decir esto, y ahora les suplicamos que se callen.

Una más, de las tantas contradicciones con que nos sorprende este glorioso oficio.

 
Y ustedes... ¿Cuántas veces por día escuchan el famoso "Mamiiiii"?

11 de enero de 2012

"PARECIÉNDOME A ELLAS"

                                                                                                                                  Holly Clifton Brown

“¡Te estás pareciendo a nosotras!”,  me dice mi hija mayor emocionada, después de lograr convencerme de comprar unos aros largos, del estilo de los que yo no uso, y ellas tienen una mini colección.

La frase me retumba en la cabeza. ¿No era al revés el asunto? ¿Acaso no eran los hijos los que se iban pareciendo a los padres?

La frase me queda dando vueltas, y lo más raro es que no me resulta para nada descabellada.
 

Después de todo, ellas son las culpables de que pruebe la última hamburguesa de “Mc. Donald´s”.

De que esté al tanto de quiénes integran la nueva generación de artistas.

De que haya aprendido bastante acerca del funcionamiento de computadoras, celulares, Ipad y demás aparatos.

De que empiece a entender de una vez por todas que hay cosas que no parecen importantes, y sin embargo lo son… 


Como parar a comprarse un helado, porque hace calor.

Permitirse comprar chucherías, sólo porque es placentero.

Quedarse una hora debajo de la ducha, sin ninguna clase de apuros.

Llegar tarde a algún lugar, y descubrir que no es el fin del mundo.
 

Sí, hay cosas en las que fui cambiando, casi sin darme cuenta.

Mi hija mayor tiene razón, me estoy pareciendo un poco a ellas, y para serles sincera... me alegro de que así sea. 



 Y ustedes... ¿En qué cosas notan que cambiaron y se fueron pareciendo más a ellos?

5 de enero de 2012

"ETERNO APRENDIZAJE"

                                                                                                                      Silvina Troicovich

"¿Podemos arreglar para dormir?", nos pregunta la mejor amiga de mi hija menor, a su madre y a mí, que charlamos de la vida. "¡No!", nos sorprendemos contestándole a dúo, y sin saber ni siquiera por qué razón.

Tal vez por el calor, por el cansancio. Tal vez porque sea jueves, tal vez por pura costumbre... vaya uno a saber por qué.

Ella lejos de enojarse se ríe, mientras escucha a mi hija preguntarnos: "¿Fueron a la misma escuela de aprender a decír que NO? ¿Por qué todas las mamás van a la misma escuela? ¿No existen escuelas donde les enseñan a decír que SÍ?".

"Por empezar, no existen escuelas", quisiera responderle.

"Ni de SÍ, ni de NO. No existen. No hay lugares donde nos enseñen nada pero nada acerca de cómo ser una buena madre. O madre, simplemente. Ya ni buena, ni mala. Sólo con un poco más de experiencia, con menos miedo y menos culpa, con más tranquilidad y paciencia, con menos enojo y penitencias, con más permisos. Porque si hay algo que nadie nos enseña, es a poder distinguir qué es lo verdaderamente correcto... Que si les ponemos muchos límites, que si no les ponemos ninguno. Que si los sobreprotegemos demasiado, que si los dejamos demasiado solos. Que si les exigimos demasiado, que si les exigimos demasiado poco. ¡No existen escuelas!", es lo que quisiera responderles a estas dos niñas de ocho años, que nos miran.

"La escuela son ustedes, los hijos, nuestros conejitos de indias. La escuela es el día a día. La escuela es equivocarse y hacer las cosas algunas veces bien, y otras tantas mal. Es irse a dormir preocupada por la fiebre, las pruebas, un llanto. Y otras irse a dormir sintiéndose la persona más feliz del mundo por una simple cartita, un muy bien felicitado en el cuaderno o por una ocurrencia divertida. Todo eso es la escuela", quisiera decirles a estas dos niñas, que todavía nos miran.

Pero me callo. Decido no decirles nada. De mi boca todo lo que sale es simplemente: "Bueno, sí, pueden... arreglemos".

Y ellas comienzan a festejar y a hacer planes.

Hoy prefiero que vean que en esta escuela, a pesar del calor, del cansancio y de que es jueves, a veces también aprendo a decír que SÍ.
© madre in argentina
MAIRA G. + ESTUDIO BULUBÚ