Ese domingo lo percibis diferente.
Hasta que al pasar por su cuarto, la
ves por la puerta entreabierta, apenas despierta y con el pelo revuelto.
Recostada en su cama, te sorprendés de lo largas que se han vuelto sus
piernas.
La misma que te obligaba a
levantarte tan temprano para que le prepararas la leche, ahora te
saluda con un “hola”, apenas audible, ya pasado el mediodía.
Te acercás a preguntarle
detalles sobre la fiesta de ayer. “Estuvo buena”, contesta, sin ánimos de
extenderse mucho más sobre el tema.
Y
de repente, ahí mismo, sentada a su lado, te
acordás de aquellos domingos, almorzando en familia. De la poca
cantidad de monosílabos que usabas para contestar las preguntas que te
hacían, mientras bostezabas una y otra vez, añorando volver a la cama.
Millones de recuerdos se te
aparecen todos juntos, como si no hubiera pasado el tiempo.
Y entonces comprendés... si al fin y al cabo es tan obvio el asunto.
Lo diferente no es el domingo. Lo diferente, tiene nombre propio... se llama “adolescencia”.
Y se ha metido en tu casa, sin pedir ni
permiso.
ja.ja.. buenisimo!!! Recuerdo mi adolescencia, y era un poco asi. Me encerraba mucho en mi pieza, que era mi espacio. Y dormia tambien hasta tarde!!
ResponderEliminarMi respuesta a la familia muchas veces era "bien", y ahi quedaba todo. No more comments!
En la mía también. La acompaña un sentimiento de perplejidad y extrañeza materna increíble. En mi caso, viene con pelos en las piernas largas y debajo de las axilas que huelen en esa habitación no importa cuánto se limpie. Y monosílabos, sí, lenguaje telegráfico y mucho sueño.
ResponderEliminarNo pide permiso. Confío en que un día de éstos, vuelva algo de aquel a quien le bastaban mis cosquillas para reír a carcajadas.
Un beso.
que miedooooo!
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